Castelli, el pueblo eólico de Buenos Aires que tiene un árbol solar y sueña con tener un parque de molinos
La cooperativa eléctrica CUECCA instaló un aerogenerador fabricado por una empresa argentina que puede llegar a cubrir el 20% de la demanda local. Sus protagonistas cuentan los inicios del proyecto, las dificultades que atravesaron y las metas a futuro para seguir avanzando en el camino de la transición energética.
Llegar a Castelli desde el bullicio de la Ciudad de Buenos Aires tiene un efecto tranquilizador. Las casas bajas dan la sensación de que el cielo es más grande; y el ritmo acompasado de sus habitantes, de que el tiempo aquí transcurre más lento. En este pueblo de diez mil habitantes y una laguna, a 190 kilómetros de la capital argentina, no existen los colectivos y decenas de bicicletas reposan en las veredas. Pero además, Castelli tiene algo que lo hace distinto a otras comunidades: un molino eólico montado por la cooperativa del pueblo.
Son las 13 de un lunes soleado de invierno y aunque Castelli está a punto de entrar en la hora de la siesta, todavía hay bastante movimiento. De hecho, el tránsito hasta la sede de la Cooperativa de Usuarios de Electricidad y de Consumo de Castelli (CUECCA) es más lento de lo habitual. “Qué raro”, dice Ángel Echarren, presidente de la cooperativa, mientras pasa frente a la plaza central. Agudiza la vista hasta el vehículo que encabeza la fila. “¡Ah, es una procesión funeraria! ¿Sabías que el servicio de sepelio también es nuestro?”, cuenta orgulloso.
La sede social de la cooperativa está situada en Carlos Pellegrini 237, a tres cuadras de la estación ferroviaria. El edificio actual se construyó en 2006, en su 50° aniversario, porque la sede anterior estaba en una vieja carpintería y ya les quedaba chica. En su fachada se ve la vidriera de una casa de artículos para el hogar, otro de los rubros de la cooperativa. Adentro, las oficinas van emergiendo entre escaleras y pasillos que giran en torno a un espacio central iluminado con luz natural.
“El servicio que brindan las cooperativas en los pueblos es saber interpretar la necesidad de sus vecinos”, afirma Echarren. CUECCA nació por la necesidad de llevar electricidad al pueblo y hoy brinda siete servicios: energía eléctrica, agua potable, cloacas, servicio de sepelio, TV cable e internet, venta de artículos del hogar y materiales eléctricos, y el canal TV 4 que produce un noticiero diario.
El proyecto del aerogenerador propio comenzó a soñarse en 2004 y llevó casi veinte años poder concretarlo. Está instalado en el paraje Cerro de la Gloria, que pertenece a Castelli pero está más cerca de la Bahía Samborombón, caracterizada por sus buenos vientos. “El gran problema que tenemos en la Argentina para avanzar en este tipo de energías es que las redes de transmisión no dan abasto. Pero si se pudiera generar en la propia comunidad, no haría falta tanta línea de transporte”, señala Echarren, quien es abogado y ha ocupado diversos roles en la cooperativa desde 1998.
El ingeniero Marcelo Martiarena, gerente de Servicios de CUECCA y quien está a cargo de la parte técnica del proyecto, cuenta que han tenido que saltar varios obstáculos pero se están cumpliendo las expectativas que tenían. “El molino ha demostrado una excelente captación para los vientos de esta zona. En sus condiciones más óptimas, la generación a partir de energía eólica puede llegar a cubrir entre el 15 y el 20% de la demanda total del pueblo”, asegura.
Entusiasmados con los resultados, ya están pensando en el paso siguiente del proyecto, aunque saben que esto llevará más tiempo debido a la necesidad de obtener mayores inversiones. “El mundo va hacia la generación de renovables. Queremos que esto no se agote en el molino y aprovechar el conocimiento en el que nos hemos ido formando”, dice Echarren.
Y revela el objetivo final: “Queremos tener un parque de molinos”.
Una forma de vivir
El partido de Castelli se encuentra al centro este de la provincia de Buenos Aires. Fue fundado en 1865 y bautizado en honor a un prócer de la Primera Junta de Gobierno, Juan José Castelli. Actualmente, tiene 10.517 habitantes, distribuidos entre la ciudad cabecera -del mismo nombre-, el pueblo Centro Guerrero y el paraje Cerro de la Gloria.
CUECCA nació el 15 de noviembre de 1956 con el objetivo de suministrar energía eléctrica al pueblo y la primera asamblea estuvo integrada por 22 vecinos. Echarren recuerda con cariño a uno de esos pioneros, Jorge “Coco” Lamacchia, que también impulsó la creación de la Escuela Secundaria N°1. “Creo que todos hemos sido alumnos suyo. Acá decimos que no hay escuela media sin Coco. Era un hombre excepcional”, enfatiza.
Hoy CUECCA tiene 67 años y 4.698 socios. Aparte de sus rubros principales, tiene un Banco Ortopédico que presta sillas de ruedas, camas y muletas a la comunidad. El Consejo de Administración se integra por 13 personas y el principal espacio de participación es la asamblea anual. Sin embargo, según el último balance de la cooperativa, solo el 26% de los asociados asiste.
Carlos Hermida lamenta la baja participación. Es gerente general de CUECCA desde 2009, cuando le tocó reemplazar a Alfredo Vincenti, otro de los pioneros y socio N°1 de la cooperativa. “Muchas veces valoramos lo que tenemos cuando nos vamos a otro lado. Para mí, la cooperativa es una forma de vivir. Nuestro objetivo común es brindarnos los mejores servicios”, afirma. Como muchos castellenses, Hermida terminó el colegio y se fue a estudiar a la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), a 150 kilómetros. “A esa ciudad la queremos mucho porque parece pueblo”, añade.
Si bien CUECCA creció mucho, sus directivos siguen eligiendo el cooperativismo como forma de administración. Echarren lo explica así: “Es una democracia económica donde el poder de decisión lo tiene la asamblea: un asociado, un voto. En una sociedad de capital, se invierte para ganar. Acá se invierte para tener mejores servicios”.
Energía con sello nacional
Para llegar al molino, hay que desplazarse 45 kilómetros desde el centro de Castelli por un camino que cuando llueve se vuelve intransitable. Una casa blanca da la bienvenida al “Parque eólico Cerro de la Gloria”. La llanura verdosa que se extiende hasta el horizonte solo se corta por el canal 15 del Río Salado. En su orilla, con 84 metros de altura, aparece imponente el molino.
La iniciativa surgió en el 2004, tras vender la planta de almacenamiento y fraccionamiento de gas licuado que habían puesto en 1984. “La vendimos porque nos iba a fundir. Lo bueno es que con eso pudimos invertir en el proyecto eólico”, cuenta Echarren. El gerente Alfredo Vincenti y el ingeniero Alejandro Tenti se pusieron la misión al hombro. Primero hicieron mediciones para conocer la calidad de los vientos; luego empezó la búsqueda de empresas para construir el molino.
El equipo es un aerogenerador con una potencia de 1.5 megavatios y tres palas de 42 metros. Fue fabricado por NRG Patagonia, una de las dos empresas nacionales que incursionaron en el desarrollo de tecnologías eólicas. El contrato se firmó en el 2018, la construcción se realizó en el 2021 y el molino comenzó a generar energía para la comunidad de Castelli en junio del 2023.
El 50% de sus componentes son de fabricación nacional, incluyendo la góndola, que se sitúa en el centro de las palas y es el corazón del molino. Algunas empresas argentinas que intervinieron en la fabricación de piezas son Lito Gonella (para la torre), Astilleros Regnicoli y Fundición San Cayetano. “Si bien acá no hay mano de obra especializada, todo lo que se pudo hacer con mano de obra local, se hizo. Además, la cátedra de Hormigón de la UNLP se encargó del asesoramiento y la verificación técnica”, cuenta Martiarena.
El molino genera energía a partir del movimiento de las palas, que accionan el motor eléctrico situado en la góndola. “Lo que tiene el viento es que es muy inestable. Por eso, el molino posee sensores que orientan las palas hacia la dirección donde está el mejor flujo. A su vez, tiene una caja multiplicadora que es como la caja de cambios de un auto y se encarga de llevarlo a la cantidad de revoluciones por minuto que permiten una generación estable de electricidad”, explica el ingeniero. Esa energía generada viaja por las líneas eléctricas hasta llegar a la red de distribución local.
Con ciencia ambiental
En la plaza de Castelli, hay un árbol solar. Se trata de una estructura metálica alargada cuyas “ramas” están hechas de dos paneles fotovoltaicos y un termotanque. El dispositivo puede proveer iluminación y WiFi, cargar celulares y calentar agua, al tiempo que busca crear conciencia ambiental. Es una iniciativa de dos federaciones de cooperativas, FECOOTRA y CONARCOOP, con el apoyo del Ministerio de Producción de la provincia de Buenos Aires. La idea es instalar varios más en Castelli y en otros municipios.
Aparte de ayudar con el montaje de los árboles solares, Echarren cuenta que desde CUECCA les gustaría encarar algún proyecto vinculado a energía solar. “Queremos hacer algo de fotovoltaica pero por ahora no hemos podido porque el costo de la energía está muy caro –señala. –Las distribuidoras estamos pasando un mal momento financiero y no podemos pedirle al asociado que aporte más. Habrá que esperar”.
Además, Echarren explica que cuesta que la conciencia ambiental termine de prender en la comunidad y que se extendió un mito de que la energías renovables son gratuitas: “Nosotros tratamos de transmitir que muchas veces son más costosas que los combustibles fósiles y que es una cuestión de cuidado ambiental, pero cuesta que se entienda. También tienen otras preocupaciones. Entonces te dicen ‘todo bien con las renovables, pero yo necesito que me salga más barato’”.
Buenas ideas en un momento equivocado
En la Argentina, las cooperativas eléctricas han tenido un rol clave en el entramado del sistema eléctrico nacional. Surgieron en pueblos rurales por la necesidad de llevar el tendido eléctrico a sus comunidades y con el tiempo fueron diversificando sus servicios. La primera fue la Sociedad Cooperativa de Luz y Fuerza Eléctrica e Industrias Anexas de Punta Alta (Buenos Aires), fundada en 1926. Hoy son alrededor de 600 y un tercio está en territorio bonaerense.
“La fuerza que tienen las cooperativas eléctricas de nuestro país suele llamar la atención en otras latitudes donde recién ahora se están formando cooperativas verdes. En los pueblos argentinos, han generado un gran sentido de pertenencia por todos los servicios que brindan”, indica Luciana Clementi, doctora en Geografía e investigadora del CONICET en el Centro de Estudios Sociales de América Latina de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN).
Clementi estudia el rol de las cooperativas bonaerenses en la transición energética, especialmente aquellas que se aventuraron en la generación eólica. “Las cooperativas eléctricas fueron pioneras en los 90 en incursionar en energías renovables, cuando ni siquiera había regulaciones que las ayudaran. Si bien hay una convicción de buscar fuentes alternativas no contaminantes, también tuvo que ver con la posibilidad de tener una fuente propia de generación y abaratar costos”, explica.
Entre la década de 1990 y principios de los 2000, se crearon diez parques eólicos promovidos por cooperativas eléctricas, seis en Buenos Aires. La primera iniciativa de este tipo en América Latina fue el Parque Eólico Antonio Morán, impulsado en 1994 por la Cooperativa Popular Limitada de Comodoro Rivadavia (Chubut), con apoyo de la empresa Micon y el organismo de financiamiento IFU, ambos de Dinamarca. Si bien son proyectos que requieren una inversión de capital intensivo, las cooperativas aprovecharon las facilidades que brindaban empresas europeas que estaban promocionando sus tecnologías.
El problema llegó con la fuerte crisis que atravesó la Argentina en el 2001. A algunas les quedaron deudas impagables o les resultó muy costoso comprar repuestos y poco a poco les fue conviniendo más frenar los aerogeneradores que seguir manteniéndolos. “Esto no significa que no funcionó. Pero cuando vas a hablar con las cooperativas, se percibe que, a muchas, esos proyectos les han dejado un gran sinsabor. Te dicen ‘eran buenas ideas en un momento equivocado’”, relata la investigadora.
Posteriormente, el Estado argentino impulsó herramientas legales y financieras que generaron un nuevo interés por las renovables. Entre ellas, la Ley 26.190 (2006), que estableció la meta de alcanzar el 8% de fuentes renovables en la matriz para 2017; la Ley 27.191 (2015), que instauró el Programa Renovar para financiar proyectos y estipuló la nueva meta del 20% para 2025; y el Programa Provincial de Incentivos a la Generación de Energía Distribuida con recursos renovables (PROINGED) en Buenos Aires.
“Este programa las ha ayudado bastante porque ofrece estudios de factibilidad y herramientas como la creación del Mapa Eólico Eléctrico (MEEBA), que permiten saber si una zona tiene valores aptos para montar un parque”, cuenta Clementi. De aquellos diez proyectos eólicos pioneros, hoy solo queda activo el parque de la cooperativa CELDA de Darregueira, mientras que el de la cooperativa CRETAL de Tandil está llegando al fin de su vida útil pero funcionó por más de 25 años.
Por otro lado, en los últimos años surgió una segunda tanda de proyectos eólicos en diversas localidades bonaerenses como 9 de Julio, Olavarría y Saladillo pero el más avanzado es el de Castelli. “El caso de CUECCA es muy interesante desde la co-construcción porque intervienen muchos actores locales y hay industria nacional”, considera la investigadora. “También porque mientras que en los últimos años las cooperativas vienen optando cada vez más por proyectos solares, Castelli marca la punta de lanza para que vuelvan a apostar por lo eólico”, agregó.
El sueño del parque
Hoy la coyuntura nacional plantea nuevos desafíos económicos para las cooperativas y se han dado de baja algunas herramientas que facilitaban el acceso a programas de financiamiento, como el Fondo para la Generación Distribuida de Energías Renovables (FODIS), que buscaba otorgar créditos e incentivos para la implementación de sistemas de generación distribuida de origen renovable y fue eliminado por el decreto 70/2023 impulsado por el presidente Javier Milei.
“En la cooperativa hemos tenido momentos difíciles pero creo que la peor época financiera ha sido desde la pandemia hasta hoy. No nos hemos recuperado”, señala Echarren. Sin embargo, siguen soñando con el parque eólico y con la idea de llegar al autoabastecimiento energético. Hoy están en búsqueda de inversiones que les permitan llegar a tener de seis a diez molinos. “Nuestro proyecto se puede replicar en otros pueblos pero tiene que haber decisión política e inversión estatal. En Buenos Aires somos 200 cooperativas eléctricas y tenés 120 con menos de mil usuarios. Esas cooperativas, ¿cómo van a hacer? A nosotros nos llevó 20 años”, sostiene.
Desde el aspecto técnico, Martiarena afirma que es factible instalar más aerogeneradores aunque como implicaría mayor potencia, habría que ampliar la capacidad de la red local. Hermida agrega: “Tener molinos eólicos no es inalcanzable porque nosotros pudimos a pesar de ser una localidad chica. Para el mercado, en cambio, es algo muy alcanzable. Ojalá se pueda dar esa sinergia entre cooperativas e inversores porque va a beneficiar a todos”.
Para Clementi, sería bueno que haya regulaciones que faciliten la generación comunitaria, es decir, la posibilidad de que se agrupen dos o tres cooperativas y puedan montar un parque. “En este contexto en que las redes de transporte están saturadas, las cooperativas aparecen como una vía posible para satisfacer la demanda local. Ojalá se apruebe una reglamentación -aunque sea provincial- que fomente la posibilidad de parques comunitarios”, afirma.
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Fuente: El Destape