Historia de la primera iluminación eléctrica en Buenos Aires
Esto de la luz eléctrica hoy en día no nos parece más que una necesidad básica, en algunos casos imperiosa, pero hubo un trabajo detrás de que al día de la fecha con solo mover una tecla casas, calles y edificios se iluminan como por arte de magia. Pero esto no fue siempre así. Hasta hace apenas unas generaciones las calles de Buenos Aires estaban iluminadas por gas y kerosén y la electricidad era una nueva tecnología que generaba desconfianza y hasta miedo.
El triunfo eléctrico en Buenos Aires fue una larga batalla. Los primeros pioneros tuvieron que enfrentarse a las dudas del público y los intereses de los proveedores de gas, que veían su mercado amenazado.
El primer pionero fue Juan Etchepareborda el 4 de septiembre de 1853 realizó una primera demostración de la iluminación eléctrica en su casa, tal como se había hecho en París apenas diez años antes. Un testigo del experimento relata que: “[era] semejante a una aurora boreal, la luz eléctrica alumbraba los espíritus y deslumbraba sin herir ni fatigar los ojos”.
Estas luces eléctricas aún estaban muy lejos de las bombitas que conocemos. Eran lámparas de arco que producían luz cuando una corriente eléctrica saltaba entre dos pastillas de carbón. El último experimento registrado de Etchepareborda ocurrió durante los festejos de Mayo de 1854, en la que colocó dos reflectores sobre la Recova Nueva iluminando la Plaza Mayor, creando una “aurora boreal” que convirtió la noche en día.
A la electricidad aún le faltaba muchísimo y recién empezaba. Décadas para que la electricidad pudiera competir con la nueva tecnología que comenzaba a dominar la iluminación pública: el gas.
En la segunda mitad del siglo XIX, los principales sistemas de iluminación de la ciudad eran el gas y el kerosén, que había reemplazado a la iluminación por aceite en 1869, y luego fue reemplazado por la iluminación de alcohol carburado en 1905. El kerosén/alcohol se usaba, principalmente, en las zonas más alejadas del centro de la ciudad, especialmente en las calles que no habían sido adoquinadas. Esto se daba porque las empresas de gas se negaban a instalar los caños a donde no había llegado el empedrado.
Fue en 1879, cuando Thomas Alva Edison desarrollaba un nuevo sistema de iluminación que facilitaba su producción masiva, que la iluminación eléctrica volvió a la carga.
Un nuevo mercado se abrió de la noche a la mañana y los empresarios salieron al mundo en búsqueda de nuevos negocios. Buenos Aires, una ciudad en pleno crecimiento, se convirtió en un premio codiciado. En 1882, la firma “Fabry y Chauncy”, que acababa de licenciar el sistema de Edison, fue la primera en realizar una demostración iluminando la prestigiosa Confitería del Gas (Rivadavia y Esmeralda).
El empresario Walter R. Cassels, que representaba a la Brush Electric Co. de los Estados Unidos, quien conquistó a los porteños. Ese mismo año iluminó las calles Perú y Florida, de forma gratuita, para demostrar la calidad de su producto. La prueba resultó un éxito, pero algunos desperfectos del sistema hicieron que no terminara de convencer.
Las primeras luces de Buenos Aires estuvieron en el Parque 3 de Febrero. Ya hacia la década de 1930 la luz primitiva había dado paso a grandes juegos de iluminación para calles y monumentos. Dos años más tarde Cassels volvió con una nueva ofensiva comercial. A lo largo de 1884 iluminó la estación Constitución del Ferrocarril del Sur, proveyó de electricidad a algunos locales comerciales, iluminó los trabajos de demolición de la Antigua Recova, los festejos del 25 de Mayo y colocó reflectores en la cima del Club del Progreso.
Igualmente nadie convenció a la municipalidad. Y es que detrás de esta negativa se escondía el monopolio del gas que se resistía a perder su posición, tal como quedó registrado en las Memorias Municipales de 1885: “[La licitación de alumbrado eléctrico] no ha tenido lugar en razón de la queja presentada por la Empresa encargada de hacer el público de gas [sic], que cree que este temperamento viola los derechos que tiene adquiridos por el contrato respectivo”.
Los tempranos intentos de iluminar Buenos Aires fracasaron y nuestra ciudad fue víctima de poderosos intereses, tal como ocurría en otras grandes urbes como Londres o París.
Fundada recién en 1882, la ciudad de La Plata tenía una ventaja sobre Buenos Aires: su iluminación pública no estaba dominada por el gas y era campo fértil para experimentar. Cassels fue invitado por Dardo Rocha para que probara su sistema en la ciudad. En 1884 se inició la construcción de una usina, que fue habilitada al año siguiente, y así La Plata fue la primera en adoptar el sistema de alumbrado eléctrico en Sudamérica.
Quedaba claro que este era el futuro. En 1887 comenzó a ser imparable el avance eléctrico en Buenos Aires, cuando el ingeniero Rufino Varela realizó la primera instalación estable de iluminación. Se firmó un primer contrato con la Municipalidad para la colocación de 28 focos eléctricos en el Parque 3 de Febrero.
Para 1888 el avance tomó impulso. Se iluminaron los Mataderos Municipales (hoy Parque Patricios), en 1889 se expanden a 77 las lámparas en el Parque 3 de Febrero y en 1890 se adopta este sistema para Puerto Madero, a donde no llegaban los caños de gas.
Fue el fin del gas como medio de iluminación. Unos años más tarde, la Compañía Primitiva de Gas se rindió y empezó a proveer electricidad para no quedar fuera del mercado. Allá en 1896 la Municipalidad contaba con apenas 350 focos eléctricos, 11693 faroles a gas y casi 8000 de kerosén. Cuarenta años más tarde, cuando Buenos Aires llegaba a su cuarto centenario, los registros mostraban que existían 43151 focos eléctricos de iluminación pública y solo quedaban 39 faroles de gas en la plaza Rubén Darío en Recoleta. El kerosén ya había desaparecido por completo unos años antes, en 1931.
El gas había sido derrotado, aunque no eliminado. Las compañías de gas lograron reconvertirse para proveer combustible para calefacción y las cocinas a gas, promocionadas por una joven Doña Petrona Carrizo de Gandulfo.Mientras tanto la electricidad no se detuvo. Aquellas pequeñas empresas pioneras crecieron exponencialmente.
En el inicio del siglo XX que se fundaron empresas como la Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad (La Italo), la Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad (CATE), que luego cambió su nombre a Compañía Hispano-Americana de Electricidad (CHADE) y, finalmente, Compañia Argentina de Electricidad (CADE).
Lo que comenzó como un grupo de unos pocos empresarios tratando de luchar contra los monopolios dominantes, se convirtió en la historia de su total conquista. Su victoria marcó el inicio de un nuevo y poderoso monopolio eléctrico, que culminó en el escándalo de la CHADE-CIADE. Cuando Rufino Varela instaló su primera usina, en 1887, esta contaba con 12 caballos de fuerza. Quién hubiera pensado que 23 años más tarde la usina que la CATE inauguró en Dock Sud alcanzaría los 140000 caballos en 1910. Desde ese punto la tecnología ha avanzado hasta el día de hoy pero siempre respetando algunos principios básicos para lograr que la bendita ciudad de Buenos Aires y porqué no de todo el país estén iluminadas.