Una perspectiva mundial sobre la pobreza energética y el acceso a internet
Aproximadamente el 13% de la población mundial no posee acceso a electricidad. Esto se da en un marco de vulnerabilidad conocido como pobreza energética, entendida en términos generales como la falta de acceso a un suministro garantizado de energía segura para satisfacer las necesidades básicas.
Aproximadamente el 13% de la población mundial no posee acceso a electricidad. Esto se da en un marco de vulnerabilidad conocido como pobreza energética, entendida en términos generales como la falta de acceso a un suministro garantizado de energía segura para satisfacer las necesidades básicas.
Si bien no tiene una única definición, dado que constituye un concepto multicausal que varía según la región y el país, alguien que sufre de pobreza energética en general no dispone de una fuente de energía de calidad, fiable y segura (tanto para su salud como para el ambiente) que le permita satisfacer necesidades tales como: cocción y refrigeración de alimentos, iluminación, climatización del hogar, calentamiento de agua, entretenimiento y, tal como demostró la pandemia, podemos agregar trabajo y educación.
Esta vulnerabilidad constituye un fenómeno global que puede darse tanto por falta de infraestructura energética -principalmente en África y Asia- como por acceso garantizado pero imposibilidad de pagarlo -presente en todo el mundo-. En este sentido, por ejemplo, las poblaciones de países como Argentina poseen acceso a electricidad en números cercanos al 100%, pero los sectores de menores ingresos encuentran grandes dificultades a la hora de hacer uso fehaciente de ella, por no poder costearla para cubrir de manera suficiente todas sus necesidades.
Los recursos energéticos no se encuentran distribuidos de manera equitativa, tanto entre países como al interior de cada uno. Como consecuencia, los países y los sectores sociales más pobres en general poseen un menor y peor acceso a fuentes de energía, lo cual termina impactando en la salud de las personas y no permite el desarrollo pleno de sus vidas.
La pobreza energética es un fenómeno que depende de 3 cuestiones principales: el nivel de ingresos, los precios de energía y la eficiencia energética. Estas variables se retroalimentan formando un círculo vicioso regresivo, dado que las familias de menores ingresos suelen acceder a infraestructura inadecuada y a electrodomésticos viejos e ineficientes, lo cual se traduce en que necesiten más energía para satisfacer las mismas necesidades que otros hogares mejor posicionados, y que por ende terminen con facturas más abultadas que no pueden afrontar por su bajo nivel de ingresos (Griffa, 2019).
Como uno de los indicadores principales, entonces, podemos tomar el acceso a la electricidad. A lo largo de las décadas se fue dando una tendencia de creciente acceso a ésta, de modo tal que, entre 1990 y 2019, el acceso a la electricidad creció del 73% al 90% de la población mundial.
Sin embargo, esto significa que en 2019 más de 770 millones de personas todavía no gozaban de acceso a este servicio que, según el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 7, debe estar garantizado universalmente para 2030. El grueso de la población se concentra en partes de Asia y, sobre todo, en el África subsahariana (donde aproximadamente el 48% de la población no tiene acceso a electricidad).
Esta situación de vulnerabilidad provoca innumerables limitaciones para los estándares de la vida moderna en los individuos, uno de los cuales es el acceso a internet. En efecto, al igual que con la electricidad, el acceso a este servicio también creció exponencialmente a lo largo de las décadas, pasando de aproximadamente 413 millones en el 2000 a 4.1 mil millones de usuarios en 2019 (el 54% de la población mundial).
Sin embargo, también significa que aproximadamente 3.6 mil millones de personas (el 46% de la población global) todavía se encuentra fuera de la red, especialmente en ámbitos rurales. Asimismo, las desigualdades estructurales entre regiones son muy marcadas, teniendo a Europa y África en los respectivos extremos. Según el Banco Mundial, sólo el 35% de la población en países en desarrollo posee acceso a internet, contra el 80% en economías avanzadas.
Si bien el ODS 9.c se propuso como objetivo lograr un acceso universal y asequible a este servicio, la pandemia demostró claramente que aún queda mucho por hacer: en un contexto donde el trabajo y la educación virtual se volvieron vitales, miles de millones de personas todavía están al margen de esta realidad. El mundo se digitaliza de manera creciente, y por ende la brecha en el acceso a internet se presenta como una enorme amenaza para el futuro de los niños y jóvenes que no disponen de esta herramienta clave.
Ahora bien, el acceso a internet no forma parte en sí de la pobreza energética. Pero para poder usar internet, primero se necesita electricidad. Por esta razón, la Alianza para el Internet Asequible (Alliance for Affordable Internet o A4AI) propone que la expansión del internet y de la electricidad se pueden dar en conjunto para las casi mil millones de personas que todavía carecen de ambos servicios.
Tal como sugiere el Foro Económico Mundial, es posible desarrollar e instalar infraestructura que apunte a brindar ambos beneficios en simultáneo mediante una estrategia de construcción conjunta (build-once approach). Es decir, tender cables de electricidad e internet al mismo tiempo y haciendo uso de la misma infraestructura (tanto zanjas como torres). Según el Banco Mundial, esta iniciativa puede reducir el costo del despliegue de banda ancha en un 70-90% y por ende derivar en menores precios para los consumidores, lo cual es clave para las poblaciones con ingresos bajos, particularmente de países en vías de desarrollo.
Asimismo, también existe una particular oportunidad para las energías renovables off-grid, ya que permiten la generación de electricidad en el lugar sin depender de fuentes externas. Este es el caso principalmente de la energía fotovoltaica, cuyos paneles solares permiten una instalación fácil, flexible y ajustada a las necesidades locales, lo cual permite no sólo proveer electricidad a los hogares (necesaria para satisfacer necesidades varias, entre las cuales se incluye cargar los dispositivos electrónicos) sino que también pueden apuntar a la provisión de internet en sí.
En este sentido, existen iniciativas que apuestan por la utilización Wi-Fi satelital en combinación con hogares alimentados por energía fotovoltaica, algunas que combinan paneles con torres celulares para proveer conectividad de internet y otras que buscan brindar puntos públicos de acceso a Wi-Fi y mini grids alimentados por pequeños sistemas solares.
En un mundo crecientemente digitalizado, el acceso a internet debe ser considerado un derecho humano. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) emitió en 2016 una Resolución no vinculante donde se lo declaró como tal, y hoy en día países como Finlandia, Estonia, España, Grecia, Costa Rica y México lo consideran un derecho fundamental. Sin embargo, está claro que aún existe un largo camino por recorrer para cerrar la brecha digital a nivel mundial, para lo cual también necesitamos combatir la pobreza energética.